Por Joao Helder Diniz, Líder Regional de World Vision Latinoamérica y El Caribe
Si la pregunta se la hiciéramos a todos los niños y niñas de Latinoamérica, la respuesta podría sorprendernos. Aunque nuestros países han mejorado sus índices de crecimiento económico, en el balance general la riqueza resulta ser insuficiente. La pobreza y la inequidad siguen siendo una amenaza cada vez más cercana para cumplir los sueños de la niñez latinoamericana.
Para huir de esas amenazas, miles de niños y niñas recorren solos o acompañados miles de kilómetros en busca de mejores horizontes. Las migraciones recorren nuestra región como ríos, cargados de esperanza, pero también de miedo. Las actuales corrientes migratorias nacen desde Venezuela, el Triángulo Norte y Haití.
Desde Venezuela, cada día salen 35.000 personas que en su país natal no encuentran alimentos, medicinas, seguridad, educación, ni empleo. Del Triángulo Norte una creciente marea se enrumba al norte huyendo de la inseguridad provocada por las maras y de la pobreza ocasionada por economías incapaces de generar fuentes sostenibles de ingresos y servicios para la población. En la llamada caravana de migrantes que partió de Honduras y El Salvador, viajan niñas -que de permanecer en sus comunidades- serían forzadas a convertirse en parejas sexuales de pandilleros. En esa ola también van jóvenes varones que serían reclutados forzosamente en grupos criminales.
De Haití centenares salen de una nación sumida en la miseria, rumbo a las minas en Chile, o las plazas de Centroamérica donde adultos y niños engrosan las filas de la economía informal. Como constante de los grupos migratorios, en los grupos viajan miles de niños y niñas cuyos procesos educativos se interrumpen, cuyo acceso a la salud es precario, cuya alimentación es deficiente y en muchos casos, en donde son altamente vulnerables de redes de tráfico y trata. El miedo, la incertidumbre y el desarraigo en muchas ocasiones es agravado por la xenofobia que recorre las rutas donde los migrantes transitan o se establecen.
Los ricos tienen muchos activos, pero el pobre solo tiene su mano de obra, por ello, para muchos migrar es la única alternativa para obtener fuentes de recursos, según lo describe el Banco Mundial. Por ello es importante no criminalizar la migración, sabiendo que es la alternativa que muchos encuentran para mejorar su calidad de vida.
Sin embargo, la solución debe pasar por la prevención de las causas raíz de la violencia y la pobreza y el fortalecimiento de los sistemas de protección de la niñez. La solución pasa por el concurso activo de los gobiernos, de las comunidades, de las iglesias, la cooperación, los individuos y por supuesto de los niños y las niñas.
Ser niño y soñar –la más poderosa amalgama para construir futuros brillantes- parece más difícil en estos días. Por ello, es el deber de cada persona garantizar el pleno respeto de los Derechos Universales de la Niñez. Por ello, es preciso que a su nacimiento sean debidamente registrados. Que durante su crecimiento, tengan acceso oportuno a los servicios de salud, a una nutrición balanceada, a la educación, al conocimiento y a la sana convivencia que potencia el juego, y ante todo, que tengan acceso a la tierna protección de sus mentes, cuerpos e intereses. La tarea no sólo es de sus progenitores, es una obligación de comunidades, de iglesias, de gobiernos, de cada individuo que tiene en sus manos la responsabilidad de prevenir y denunciar cualquier forma de maltrato o abuso contra la niñez.