Soy Igdadina López Radwel, una mujer miskita de 42 años y madre de seis hijos. Sobreviví a un intento de femicidio.
Mi esposo, el hombre con quien conviví por más de 15 años, el padre de mis hijos y quien decía amarme solía abusar verbalmente de mí. Me humillaba e insultaba. Su maltrato se intensificaba cuando tomaba alcohol.
Él era albañil y no tenía ingresos fijos, trabajaba cuando le salía alguna “chamba o rumbito” (trabajo pequeño y temporal) y prefería gastar la mayor parte de ese dinero bebiendo licor en vez de aportar en los gastos de nuestra familia.
Yo solía trabajar como “doméstica” en una casa de Puerto Cabezas, ganaba 1,250.00 córdobas al mes, equivalente a USD 37.5, y con lo poco que mi esposo aportaba, los ocho miembros de mi familia lográbamos sobrevivir al mes.
Me sentía cansada y muy abrumada, el dinero no era suficiente, la violencia por parte de mi pareja incrementaba cada vez más y sentía que no podía dejarlo porque, aunque era poco su aporte para la casa, lo necesitaba para solventar los gastos. Yo pensé que podía aprender a vivir con toda esa presión y que quizás él cambiaría con el tiempo, pero, me equivoqué.
En la noche del viernes 25 de noviembre de 2016, cuando paradójicamente se celebra el Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer, recuerdo escuchar sus gritos desde la calle, estaba muy ebrio y en su mano traía un machete.
Entró a la casa con unos niveles de violencia que nunca antes había visto. Después de muchos años de violencia verbal y psicológica, ese día, fue la primera vez que me golpeó y su objetivo era matarme.
Me pateó y golpeó hasta la saciedad para debilitarme y luego me macheteó. Mis gritos de terror alarmaron a mi familia y vecinos. Uno de mis hijos, en ese entonces de 16 años y mi hermano, lograron detenerlo antes que alcanzara su objetivo.
Corrí en busca de ayuda, me estaba desangrando y sentía que en cualquier momento él iba a alcanzarme y matarme. Estaba débil, pero con ayuda de mi familia y vecinos pude llegar al hospital.
Ingresé de emergencia por los golpes y los dos machetazos provocados por mi esposo. En el hospital me sedaron para tratar las heridas que llevaba y cuando desperté los médicos me dijeron que mi muñeca izquierda tuvo que ser amputada por la gravedad de la herida. Con el primer machetazo puse mis brazos para evitar que me hiera en la cabeza, ahí fue donde prácticamente me desmembró la mano.
La tristeza invadió toda mi alma y sin embargo, agradecí sobrevivir al ataque. Esa misma noche, a pocas horas después de salir de la cirugía, llegaron a mi cama del hospital trabajadores de Nidia White para darme asistencia psicológica, legal y judicial.
Me hicieron sentir protegida, acompañada e importante. Me explicaron y guiaron en el proceso para interponer la denuncia, el juicio y sentencia de mi agresor, quien solamente fue castigado con seis años de cárcel por intentar asesinarme.
Desde ese 25 de noviembre de 2016 soy sobreviviente de intento de femicidio y Nidia White ha sido una luz para retomar mi vida. Han sido tres años de acompañamiento psicológico para sobrellevar el trauma de violencia de tantos años y me han dado fiel acompañamiento para mi reinserción social. Me enseñaron que tengo derechos, deberes y que nadie puede interferir en ellos.
Continuar con trabajadora doméstica era imposible, pues, las secuelas de mi ataque me incapacitaron para asumir todos los quehaceres de una casa. Sin embargo, con el préstamo Pana a Pana, que facilita Nidia White a las mujeres víctimas de violencia, empecé un pequeño puesto de verduras en el mercadito de Puerto Cabezas.
Con el préstamo recibí talleres de emprendimiento para iniciar, administrar y hacer crecer mi negocio. Mi puesto en el mercadito inició con la venta de plátanos, he invertido las ganancias y ahora también vendo pescados.
Sueño con tener un puesto abastecido con más cosas y ofrecer también verduras. Gracias al préstamo y acompañamiento de Nidia White tengo una nueva esperanza de vida y he aprendido que sola puedo sacar adelante a mi familia.
“Yo les digo a todas las mujeres que no se queden calladas“. –Igdadina
Yo les digo a las mujeres ¡No se queden calladas! Denuncien desde el primer maltrato. Y a les pido a las organizaciones que apoyen para que hayan más talleres donde nos enseñen nuestros derechos, aprendamos a emprender y prevenir la violencia.
La Costa Caribe de Nicaragua es la zona con el mayor número de lesiones graves y femicidios en el país, según cifras del Mapa de la Violencia de la Policía Nacional. La diversidad étnica en este territorio perpetua la violencia intrafamiliar, sexual y de género desde sus diversas culturas y creencias.
Igdadina es una de las centenares de víctimas y pocas sobrevivientes de violencia intrafamiliar en la Costa Caribe de Nicaragua, a pesar de sus carencias y su limitante físico, ha enfrentado su realidad con valor.
Su valentía y determinación se delatan en su mirada. Es una mujer ejemplar que desde las 5:00 am está abriendo su puesto en el mercado para iniciar las ventas del día con las cuales suplirá las necesidades de su familia.